Fenómenos que nos rodean todos los días, pero que por lo general son invisibles para el ojo humano.
Con un simple espejo, usando la técnica de Schlieren, podrás ver cómo se calientan las palmas de las manos por la fricción o como se derrite un helado.
El efecto Schlieren capta las variaciones en la densidad de un fluido generadas por el sonido o el calor y fue descubierta por el físico alemán August Toepler en 1864.
Esta técnica permite ver el movimiento del aire alrededor de cualquier objeto, lo cual es sorprendente, puesto que es algo que no puede observarse a simple vista.
Observado por primera vez en 1665 por Robert Hooke, con una gran lente convexa y dos velas, el efecto Schlieren, gracias al cual podemos observar lo invisible, es uno de los protagonistas de la exposición #CosmoEspejos: https://t.co/HZfUKeCArA pic.twitter.com/trRAmRuqTT
— CosmoCaixa (@CosmoCaixa) December 27, 2019
MIT desarrolla un “espejo invisible” que se transforma en ventana
La idea de “jugar con espejos” para obtener un efecto óptico específico nunca fue tan literal.
Un equipo estacionado en el MIT creó un espejo especial que combina vidrio convencional con óxido de tantalio, el cual puede reflejar o ignorar los rayos de luz dependiendo de su ángulo, generando así un efecto de invisibilidad completo cuando se encuentra en una cierta posición.
Una vez más, es a la ciencia ficción a quien debemos agradecer por este clásico concepto.
Desde el famoso dispositivo de ocultamiento en Star Trek hasta el camuflaje personal del Depredador, la idea de desaparecer por completo tiene un potencial táctico escalofriante en el ámbito militar.
Al mismo tiempo, controlar (hasta cierto punto) los rayos de luz que se reflejan y los que pasan intactos también aporta una serie de beneficios ópticos que podrían ser aplicados sobre fotografía, e incluso astronomía.
¿Pero cómo se logra eso? Convencer a un espejo normal de que no refleje ciertos rayos de luz parece imposible, por lo tanto, lo que hizo Yichen Shen y su equipo en el MIT fue, desde cierto punto de vista, optimizar el espejo.
El resultado final es una estructura compuesta por 84 capas ultradelgadas de vidrio convencional y óxido de tantalio.
A medida que la luz atraviesa cada una de las 84 capas, una parte de la misma se ve reflejada, con la excepción de la luz que ingresa con un determinado ángulo.
El término científico correcto es “ángulo de Brewster”, y en esencia establece que cuando la luz golpea a una superficie con un ángulo y una polarización específicos, la atraviesa como si no estuviera allí.
En otras palabras, estamos ante un filtro direccional. Al rotar el espejo (que se encuentra suspendido en un líquido) su comportamiento se ve alterado, transformándose en una ventana que deja ver todo lo que tiene detrás.
El espejo queda camuflado frente a nuestros ojos, aunque con un mínimo ajuste se materializa nuevamente.
Los problemas principales que deben resolver sus creadores para expandir las aplicaciones del espejo, son dos.
En primer lugar, la demanda de una polarización específica no lo hace muy práctico, y en el futuro deberían lograr que trabaje con todas las polarizaciones, lo que a su vez requerirá el desarrollo de nuevos materiales.
Finalmente, está el detalle del líquido, que posee el mismo índice de refracción que el vidrio. Si estuviera expuesto al aire, el espejo no funcionaría como lo hace en el vídeo ya que el aire inserta una “tercera capa” dentro de la configuración, arruinando el efecto.
Sin embargo, el líquido podría ser reemplazado por otra sustancia. Una opción válida estaría en el aerogel, pero habrá que esperar un poco más para confirmarlo.