Denunciar el mal en el mundo es un deporte al que todos se apuntan; tal vez porque es gratis y su práctica nos hace sentirnos mejor.
O tal vez sea porque es más cómodo mirar hacia el exterior que, aprensivamente, mirar nuestro interior. Sí; es más grato juzgar a los demás, que juzgarse a uno mismo.
Así, nos convertimos en sempiternos jueces, al criticar el mal existente en el Mundo, erigiéndonos en modelos de perfección, ¡vaya despropósito!, olvidando aquello de “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”.
Normal que así sea; después de todo, el cristianismo, el Evangelio, está demodé, y por ende, ignorado al no tener cabida en la cultura woke imperante.
De este modo, nadie se para a pensar cómo, en la mayoría de casos, la pérdida de la honradez y la honestidad personal, no es cuestión de falta de principios, sino de oportunidad.
Y es que, honrado no es simplemente aquel que no se enriquece a costa del esfuerzo de los demás, sino aquel que, teniendo la oportunidad de hacerlo, no lo hace.
Cuántas ´buenas personas´, son honradas, por no haber tenido la ocasión de dejar de serlo.