Sin paños calientes.
Arcadi Espada, columnista en ‘El Mundo‘, no se une al coro generalizado de quienes pretenden ensalzar la figura del papa Francisco en el momento de su muerte.
Para el escritor, el Sumo Pontífice no fue alguien digno de destacar y la prueba es que, socialmente, no tuvo una significación siquiera notable:
La irrelevancia civil del papa Francisco quizá la prueben mejor que nada los últimos resultados electorales de Argentina. El candidato Milei arrasó en las urnas después de haber dicho: «El Papa es la representación del Maligno en la Tierra». ¡Quia! Algo más que otra prueba de la imparable secularización del mundo. Porque afecta a la propia persona del Pontífice y a su nula autoridad política, ya no por causas religiosas, sino simplemente patrióticas. Francisco fue un cero a la izquierda. Y, por supuesto, a la derecha.
Espada destacó como elemento controvertido quién fue el autor de la condolencia más sentida tras el fallecimiento de Francisco:
Cabría la tentación de adjudicarle una influencia en el auge del populismo político. Y hasta del crimen. No en vano una de las condolencias más doloridas la pronunció ayer Vladimir Putin cuando dijo que el Papa fue «un defensor consecuente de los elevados valores del humanismo y la justicia».
El articulista dejó claro que el Papa nunca pudo poner freno a los tiranos:
Pero si Francisco no supo poner coto al ejercicio del poder de autócratas como el presidente ruso o el presidente americano no fue tanto por su propia identificación con el populismo, sino por pura impotencia. Aunque hubiera querido, que nunca quiso: su papel en la degradación global de la política fue puramente decorativo.
Espada también recordó como el hasta jefe supremo de la Iglesia Católica no solo fue incapaz de condenar la matanza de varios miembros de la revista Charlie Hebdo a manos de unos terroristas islámicos:
El 7 de enero de 2015 un grupo de asesinos islámicos irrumpió en la sede de la revista Charlie Hebdo, en París, matando a doce personas. Una semana después, e interrogado en el avión papal que iba de Sri Lanka a Filipinas, el buen franciscano contestó ecuánime sobre el suceso: «Si alguien dice una palabrota sobre mi madre, puede esperarse un puñetazo. La libertad de palabra ha de tener un límite».
Y acabó afeándole que no acabase con el celibato, que siguiese vetando a las mujeres de los puestos relevantes y su negativa a visitar España:
Este cura tan disruptivo siguió sin resolver la inhumana crueldad del celibato, base empírica de los delitos sexuales que atosigan a la Iglesia, y siguió negando a las mujeres cualquier experiencia de la divinidad que no fuera costillar. Nunca quiso visitar España. Por el doble motivo de nación colonial y demasiado católica.