El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

¿Me enoja que con otro me confundan?

¿ME ENOJA QUE CON OTRO ME CONFUNDAN?

ME IRRITA PARECERME A MI ENEMIGO

Cuanto lector (ora sea o se sienta ella, él o no binario) se haya llevado a los ojos una o varias veces la novela anónima “El Lazarillo de Tornes”, recordará, seguramente (y, si tuviera una sola oportunidad, no la dejaría escapar, y me apostaría doble contra sencillo a que, sin ninguna duda, haberla leído más de una vez incrementaría equis o ene puntos esa certidumbre), la anécdota hilarante del cadáver, que el infante protagonista de la apócrifa biografía vio que llevaban en andas por la calle y por lo que coligió de los comentarios que aireaba su enlutada esposa, la viuda del difunto, que acompañaba al cortejo fúnebre, creyó, a pies juntillas, que iban a depositar en la casa triste y desdicha, lóbrega y oscura, de su tercer amo, el escudero.

Bueno, pues, a renglón seguido, se narra en la prístina e inaugural novela picaresca española por qué el tercer amo de Lázaro había dejado su tierra y había ido a dar con sus huesos en Toledo:

“De esta manera estuve con mi tercero y pobre amo, que fue este escudero, algunos días, y en todos deseando saber la intención de su venida y estada en esta tierra; porque, desde el primer día que con él asenté, le conocí ser extranjero, por el poco conocimiento y trato que con los naturales de ella tenía.

“Al fin se cumplió mi deseo y supe lo que deseaba; porque, un día que habíamos comido razonablemente y estaba algo contento, contóme su hacienda y díjome ser de Castilla la Vieja, y que había dejado su tierra no más de por no quitar el bonete a un caballero, su vecino.

“—Señor —dije yo—, si él era lo que decía y tenía más que vos, ¿no errábades en no quitárselo primero, pues decís que él también os lo quitaba?

“—Sí es y sí tiene, y también me lo quitaba él a mí; mas, de cuantas veces yo se le quitaba primero, no fuera malo comedirse él alguna y ganarme por la mano.

“—Paréceme, señor —le dije yo—, que en eso no mirara, mayormente con mis mayores que yo y que tienen más.

“—Eres muchacho —me respondió— y no sientes las cosas de honra, en que el día de hoy está todo el caudal de los hombres de bien. Pues te hago saber que yo soy, como ves, un escudero; mas ¡vótote a Dios!, si al Conde topo en la calle y no me quita muy bien quitado del todo el bonete, que otra vez que venga, me sepa yo entrar en una casa, fingiendo yo en ella algún negocio, o atravesar otra calle, si la hay, antes que llegue a mí, por no quitárselo. Que un hidalgo no debe a otro que a Dios y al rey nada, ni es justo, siendo hombre de bien, se descuide un punto de tener en mucho su persona. Acuérdome que un día deshonré en mi tierra a un oficial y quise poner en él las manos, porque cada vez que le topaba, me decía: ‘Mantenga Dios a Vuestra Merced’. ‘Vos, don villano ruin —le dije yo—, ¿por qué no sois bien criado? ¿Manténgaos Dios, me habéis de decir, como si fuese quienquiera?’ De allí adelante, de aquí acullá, me quitaba el bonete y hablaba como debía.

“—¿Y no es buena manera de saludar un hombre a otro —dije yo— decirle que le mantenga Dios?

“—¡Mira, mucho de enhoramala! —dijo él—. A los hombres de poca arte dicen eso; mas a los más altos, como yo, no les han de hablar menos de: ‘Beso las manos de Vuestra Merced’, o por lo menos: ‘Bésoos, señor, las manos’, si el que me habla es caballero. Y así, de aquél de mi tierra que me atestaba de mantenimiento, nunca más le quise sufrir, ni sufriría ni sufriré a hombre del mundo, del rey abajo, que: ‘Manténgaos Dios’, me diga.

‘—Pecador de mí —dije yo—, por eso tiene tan poco cuidado de mantenerte, pues no sufres que nadie se lo ruegue’.

“—Mayormente —dijo— que no soy tan pobre que no tengo en mi tierra un solar de casas, que, a estar ellas en pie y bien labradas, dieciséis leguas de donde nací, en aquella Costanilla de Valladolid, valdrían más de doscientas veces mil maravedís, según se podrían hacer grandes y buenas. Y tengo un palomar que, a no estar derribado como está, daría cada año más de doscientos palominos. Y otras cosas que me callo, que dejé por lo que tocaba a mi honra; y vine a esta ciudad pensando que hallaría un buen asiento; mas no me ha sucedido como pensé (…)”.

Barrunto que al resto de mis congéneres, incluido, por supuesto, entre ellos, el atento y desocupado lector de los renglones torcidos que ha ido agavillando, poco a poco, este menda, les ocurrirá lo que le suele acontecer a servidor, que, unas veces, ando atento, pendiente de cuanto acaece en derredor mío; y, otras, despistado de la realidad circundante, porque ando componiendo mentalmente los versos endecasílabos de un soneto. Eso motiva que algunas personas me digan luego que me llamaron y no les hice caso (más bien, no me percaté) y no les correspondí. Así que, tras conocer esos hechos, me veo obligado, por la educación recibida, a pedirles disculpas o perdón, por no haber estado a la altura de las circunstancias, por no haberme enterado y hacerles, sin querer, ese feo.

Me consta que, cuando voy dando pasos sin idear, siempre que veo o me doy de bruces, de manera inesperada, con alguna persona que conozco, la saludo y tiendo a llamarla por su nombre de pila, si lo conozco. En plata y a la pata la llana, que, cuando soy consciente de cuanto pasa a mi alrededor, siempre saludo o correspondo al gesto que me han hecho. Hoy no me levanto ni quito el bonete, porque a nadie le cubre su cabeza, ni siquiera a los eclesiásticos. Como mucho, alguien en invierno lleva boina (he oído que uno puede enfriarse por la cabeza, y con más razón si se es calvo).

Estoy convencido de que algunos semejantes que me saludan me confunden con otro (ignoro si mi sosia/s es una buena o mala persona), porque yo no los conozco a ellos de nada, pero debo parecerme mucho, o sea, ser su vivo retrato, y/o viceversa, supongo. Cuando eso sucede, me quedo cavilando si será el otro, mi fotocopia o réplica, quien desconozco, mi enemigo. ¿Por qué? Porque no puedo olvidar algo que leí que adujo o dejó escrito en letras de molde Jorge Luis Borges: “Hay que tener cuidado al elegir a los enemigos porque uno termina pareciéndose a ellos”.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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